Muchos de los grandes descubrimientos y avances tecnológicos alcanzados por el hombre que consideramos conquista de nuestra época ya habían sido descubiertos hace muchos siglos, por eso no debemos subestimar el genio técnico de los antiguos, aunque tampoco hay que creer con ello que el hombre de siglos pasados nos igualara. En líneas generales sus realizaciones técnicas eran muy primitivas, y sus maravillas mecánicas, más o menos juguetes. Los relatos referentes a esta materia pertenecen casi siempre más a la leyenda que a la auténtica realidad.
Entre las informaciones que conviene acoger con el mayor escepticismo figuran las relativas a las primeras aeronaves, que si han existido hace siglos no pudieron ser movidas mecánicamente. Cinco siglos antes de nuestra era se mencionan ya “carros aéreos” utilizados con fines militares. Pero lo más sorprendente es lo que leemos en los viejos textos indios, según los cuales la guerra en aquel país se desarrolló
desde la antigüedad según los métodos más modernos: “Desde las naves aéreas eran arrojadas sobre los ejércitos enemigos antorchas que estallaban al rebotar, provocando estragos considerables”. En estas antiguas descripciones hay también indicaciones sobre la construcción de “bombas antiguas”.
Con bastante asiduidad se atribuye erróneamente al monje alemán Berthold Schwarz (1310-1384) la invención de la pólvora. Se afirma así mismo que Roger Bacon (muerto en 1194) introdujo este explosivo en Europa mediante una fórmula inventada por los árabes. Se ha atribuido también su invención a los chinos. Todo lo que de cierto puede asegurarse a este respecto es que en el
siglo XII se conocía una receta sobre la preparación de una mezcla de pólvora, redactada del siguiente modo: “Una parte de colofonia, una parte de azufre y seis partes de salitre; reducir a fino polvo y disolver la mezcla en aceite de lino o de laurel; poner en un tubo o en un trozo de madera hueca y prenderle fuego. El artefacto vuela inmediatamente en la dirección deseada y destruye todo con su fuego”. Una receta parecida, aunque posterior, da exactamente los componentes de la pólvora: salitre, azufre y carbón.
Los chinos imprimían desde el siglo XII con caracteres móviles. Los diferentes signos eran vaciados en una tierra especial y después cocidos. Por medio de unas bruzas se establecía un uniforme contacto entre el papel y los caracteres, tintados en color y fijados en un cuadro, y la impresión se hacía con sorprendente rapidez. En Corea, hacia el año 1145, se empleaban caracteres de cobre.
Se dice que los mexicanos y los indios habían fabricado, dos mil años antes de Jesucristo, hierro inoxidable. El proceso se ha perdido. En el patio del templo de Delhi, en la India, se levanta una columna de hierro, denominada Kutulo, que data de aproximadamente cuatro mil años y no presenta la menor señal de óxido. Tiene 18 metros de altura y un diámetro de 41 centímetros en la base y de 30 en la cima. Pero no sobresale del suelo más que 6'60 metros; está, pues, empotrada en la tierra en una longitud de 11'40 metros. Su peso es aproximadamente de 1.700 kilos. Aunque esta columna ha estado sometida a la intemperie ha permanecido intacta. Constituye indudablemente una curiosidad metalúrgica si se considera que está formada por muchas piezas de hierro perfectamente ajustadas, teniendo presente que en aquella época no existían martillos accionados mecánicamente. Hasta la Exposición Universal de París en 1885 era el más grande bloque de hierro del mundo. Los sabios que se ocupan en la investigación científica en el dominio de la metalurgia no han podido descubrir hasta el presente cómo los indios encontraron la fórmula. Exámenes más recientes han permitido comprobar que está formada por hierro puro. Es curioso que los objetos de hierro que datan de la Edad de Hierro se han conservado en buen estado, en tanto que los objetos del mismo metal más recientes son destruidos por el óxido con relativa rapidez. Eso es debido a que el “hierro antiguo” es puro, mientras que el de las épocas más recientes está fabricado con adición de otros productos. Tengamos también en cuenta que el gas y los vapores industriales contribuyen en gran parte, en la actualidad, a la formación de óxido, mientras que la columna se encontraba y se encuentra todavía rodeada de una atmósfera pura. Por otra parte los indígenas que acuden a visitar el santuario donde se halla esta columna se encaraman irrespetuosamente hasta la cima, y sus, cuerpos desnudos y grasientos contribuyen a conservarla brillante.
Los antiguos egipcios debían de poseer alguna fórmula que permitiera dar a los tejidos particular solidez y permanencia de tintes. Las telas tornasoladas que se encuentran en las pirámides hace más de cuatro mil años son hoy día no solamente fuertes, sino incluso flexibles. Por otra parte, las recetas egipcias de momificación se han perdido. Y únicamente en estos últimos años ha logrado la ciencia imitarlas y, tal vez, superarlas. El Antigua Egipto conocía también incubadoras capaces para setecientos huevos al unísono. Estos se colocaban sobre pequeños hogares calentados con estiércol o paja. La planificación económica, con reservas de víveres para las épocas de crisis, fue ya aplicada en Egipto. Existían “graneros” de trigo permanentes, y se conocían todas las técnicas comerciales vinculadas al negocio de los cereales: reservas agrícolas, seguros, etc. La política cerealista implicaba ya en el Antiguo Egipto la tabulación de precios.
Aristóteles utilizaba una pluma de acero, es decir, un trozo de metal tallado y agujereado como una pluma de pato. En las sepulturas romanas de Inglaterra se han encontrado plumas de bronce para escribir.
Los cirujanos de Alejandría utilizaban instrumentos de metal perfectamente adaptados a sus usos particulares. Ya en aquella época se operaban las cataratas de los ojos, se practicaba la operación cesárea, y se realizaban intervenciones en el cerebro. Precisamos a este propósito que el nombre de cesárea no viene, como se afirma ordinariamente, de que la madre del futuro emperador de los romanos fuera la primera en sufrir esta operación para dar a luz a su hijo. El apelativo de Caeso (caedo = yo corto) era frecuentemente empleado para denominar a los niños nacidos después de tal operación.
Herón describe de este modo el taxímetro del primer automóvil: “Con el odómetro (o podómetro) podemos medir el camino recorrido en el campo sin utilizar embarazosas cadenas o útiles de agrimensura. Permaneciendo confortablemente sentados en el auto la distancia recorrida es apreciada al medir el movimiento de las ruedas”. Añade a continuación que el camino efectuado podía ser indicado ya por una aguja que se desplazaba sobre un cuadrante o por el número de bolas que caían en un recipiente.
Los chinos conocían la brújula antes que los europeos la empleasen. Occidente debía descubrirla de nuevo. Este instrumento, largo tiempo desconocido, pareció a
los hombres de la Edad Media algo tan maravilloso y lleno de misterio que creían, al igual que los antiguos chinos, que un espíritu lo habitaba. Los chinos cuentan el “carretón magnético” entre sus descubrimientos más antiguos. Era un pequeño vehículo provisto de una estatuita unida a una piedra magnética, y combinada de forma que su brazo extendido indicaba siempre la dirección Sur. Se utilizaba para los
viajes a través de extensiones desérticas del interior. En el siglo IV, es decir, unos doscientos años después de la aparición de la “muñeca indicadora”, la aguja magnética era empleada por los navegantes chinos. En Europa la brújula permaneció desconocida hasta el siglo XII.
Los técnicos de Nerón le construyeron un ascensor que subía a la altura de cuarenta metros. Sus súbditos habitaban en Roma viviendas de lujo, muy parecidas a las de nuestras grandes ciudades. Los ricos conocían la calefacción central de suelos y paredes.
En Bizancio las termas construidas por el emperador Septimio Severo utilizaban un sistema para calentar los baños con ayuda de petróleo importado del Caspio en animales de carga. Esta calefacción con petróleo se empleó durante siglos, hasta que posteriormente cayó en olvido.
Platón imaginó un despertador. Combinó una clepsidra con un sifón, de forma que cuando el agua alcanzaba el límite de la palanca se precipitaba con fuerza en un recipiente cerrado, del que se escapaba el aire por un silbato, produciendo un sonido muy agudo. Con ayuda de este aparato Platón llamaba cada día a sus discípulos al trabajo a las cuatro de la mañana.
En Alejandría había columnas de anuncios, sobre las cuales se pegaban con goma los carteles oficiales. Los romanos utilizaban como carteleras de teatro gigantescas planchas de madera con letras pintadas en negro y rojo.
Tampoco los túneles son privativos de nuestra época, sino que existían ya en siglos muy pasados. El más antiguo del que nos habla la historia fue construido por orden de la reina Semíramis, en Babilonia. Pasaba bajo el Éufrates y unía sus dos palacios, bastante alejados el uno del otro; las paredes estaban revestidas de ladrillos unidos por un producto bituminoso. Puertas metálicas cerraban la entrada y la salida. Diodoro habla de esta realización maravillosa que fue ultimada en siete días.
Como se observa, el genio técnico de los antiguos estaba tremendamente desarrollado. Fueron capaces de construir monumentos maravillosos y de llevar a término conquistas notables, sin contar para ello con la ayuda de extraterrestres.