Los opuestos conceptos de Infierno y Cielo han subyugado al hombre desde los más remotos tiempos. Todas las culturas comparten la expectativa de una felicidad y paz eternas para aquellos que han llevado una vida recta, e igualmente asignan perpetuos sufrimientos para los obradores de la maldad.
En la actualidad las descripciones clásicas del infierno y del cielo siguen cayendo en el tópico de siempre y prácticamente todo el mundo interpreta el conocido convencionalismo de niños alados, arpas y aureolas, etc... para el Cielo, así como la imagen de un infierno subterráneo y ardiente.
La creencia en la vida del más allá, pues, es un hecho universal, aunque nadie, evidentemente, conoce con exactitud lo que ello comporta. Así, con frecuencia, lo que el hombre imagina más allá del sepulcro está simplemente relacionado con sus deseos terrenales. Los pueblos del desierto esperan deliciosas fuentes; los guerreros vikingos, deseaban la compañía de sus héroes, etcétera.
La palabra 'paraíso' es de origen persa, pasando después a los griegos. Literalmente significa “tierra de los bienaventurados”. Designaba los jardines de palacio de los reyes persas, encerrados tras muros, y fue usada más tarde para aludir al Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Finalmente, los escritores del Nuevo Testamento lo aplicaron al Cielo, morada eterna de los cristianos bienaventurados. En casi todas las religiones y mitologías se halla situado en algún lugar del firmamento. Así, la religión védica del Indostán lo entendía como un reino de luz situado en los confines del cielo. Este Paraíso ofrecía la plena satisfacción de los deleites terrenos, “con música, cumplimiento de los deseos sexuales y ausencia de dolores y preocupaciones”.
El hinduismo tiene también su Paraíso por encima de las nubes, mientras el budismo muestra en el suyo diversos grados y lo sitúa en un cielo vago y no astronómico, más allá de la atmósfera. El cristianismo se inspiró abundantemente en las religiones hebrea y griega. Del judaísmo procede esa región del cielo donde habitan Dios y sus ángeles. Del helenismo tomó la idea del viaje espiritual. La idea de los siete cielos -siendo el séptimo y último la máxima felicidad- también es griega. El Elíseo era la morada de los bienaventurados en la mitología de los griegos. De ahí proceden los Campos Elíseos de los poetas que Homero coloca en el “confín del mundo”. Otros griegos eran más precisos y los situaban hacia el Atlántico, en una “fértil tierra que tres veces al año producía frutos dulces como la miel”.
La imagen escandinava del Valhalla, versión vikinga del Cielo, era menos placentera y así lo expresa Wagner en sus grandiosas óperas. En la mitología nórdica, el Valhalla era la mansión de los muertos. Se decía que el imponente palacio de Asgard tenía 450 puertas, tan enormes que podían entrar por cada una un frente de ochocientos guerreros muertos en combate. En su interior el dios Odín celebraba festines con los héroes que las Valkirias, sus servidoras, conducían al Valhalla. Estas cabalgaban radiantes en medio de las batallas y seleccionaban entre los muertos aquellos guerreros dignos de cenar con Odín. Pero la paz de los valientes era exigua, pues cuando los muertos llegaban al Valhalla debían reanudar diariamente la lucha. Cuantos caían en la lid eran resucitados para el banquete de la noche, con el dios de las batallas.
Miles de años antes de Cristo, la antigua filosofía china desarrolló una armoniosa concepción del orden natural. Existían muchos cielos diferentes a donde se dirigían los muertos para gozar en amable compañía. Los más importantes eran las Islas de los Bienaventurados, en los mares orientales, y el Paraíso de Occidente, situado donde se alzan las montañas del Turquestán. El universo se componía de dos elementos relativos, el Yang y el Yin. El Yang era lo positivo o masculino, y estaba representado por el calor, la actividad, la dureza, la claridad, la creación y la estabilidad. El Yin era lo negativo o femenino, y estaba representado por la humedad, el frío, lo pasivo, lo blando, lo misterioso, lo confuso y lo variable. La eterna cópula de ambos principios dio origen al Cielo y a la Tierra; en aquel predominaba Yang y en esta Yin. Mientras el dualismo de las demás filosofías -lo bueno y lo malo- se halla en eterno conflicto, el Yang y el Yin están invariablemente de acuerdo.
El taoísmo constituye el fundamento de la filosofía china. Es una "senda" o un "camino" y en la comprensión del Tao está el auténtico sentido de la vida. La unidad del Cielo y de la Tierra solamente es posible cuando el Tao sigue su curso natural. En un principio el taoísmo parecía pulsar resortes ocultos y mágicos y transportaba a las mentes a una tierra de ensueño.
La más joven de las grandes religiones, es también la más sencilla: adora al único y supremo Dios, y le invoca con el nombre de Alá. La palabra 'islam' significa "sumisión" a la voluntad de Dios. La palabra 'muslim' o musulmán significa "el que se somete". La religión islámica afirma que Dios es Alá y Mahoma el profeta por quien Alá se ha comunicado. Mahoma redactó los primeros capítulos del Corán, la "Biblia islámica", aunque no se sabe si el libro quedó terminado en vida del profeta. El Corán describe con vivos colores las delicias del Cielo. Ofrece jardines, fuentes, vino y hermosas vírgenes. Aquellos que son admitidos en él pueden beber el vino que les estuvo prohibido en la Tierra y mofarse incluso de los sufrimientos de los no creyentes.
Los budistas se apartan de la general creencia en el Paraíso. Ellos, y todos los seres vivos, están sujetos a innumerables ciclos de nacimiento, muerte y resurrección. El budismo, religión de los discípulos de Gautama Buddha, se esparció por el norte de la India en el siglo VI a. de J. C. y pretende enseñar al hombre la forma de librarse del sufrimiento de la vida. Solamente cuando el hombre se sobrepone a las ansias y deseos materiales puede alcanzar el Nirvana, estado en que se alcanza la paz absoluta. Sin embargo, en la China primitiva, en el Japón y en el Tíbet, existía una rama del budismo que creía en el "Gran Paraíso Occidental". Un antiguo texto que ha llegado hasta nosotros lo describe como "un lugar inundado de luz y brillantes joyas de valor incalculable... Buda se sienta en su trono de flor de loto, como sobre una montaña de oro, en medio de todas las excelencias y rodeado de sus santos".
El Infierno responde a diversas concepciones según las culturas, pero el judaísmo y el cristianismo lo presentan como terrible medio disuasorio para el pecador impenitente. Supone la amenaza de condena eterna, especialmente entre llamas, y se han descrito con viveza sus castigos como medio saludable contra la inmoralidad, el crimen y en definitiva para la salvación del cristiano. Los primeros cristianos aceptaron desde el principio la realidad del Infierno y en especial la existencia del tormento del fuego. Ello explica la difusión de las enseñanzas. El Apocalipsis de Pedro en el siglo II, que dice así: "Algunos condenados estaban colgados de la lengua: eran aquellos que habían blasfemado contra la justicia, y tenían bajo sus pies un fuego cuyas llamas les atormentaban... Y en otro lugar había piedras más afiladas que espadas, calentadas como ascuas de fuego, sobre las que hombres y mujeres cubiertos de harapos eran arrastrados con gran tormento... Junto a ellos había unas muchachas sin más vestido que las sombras, las cuales eran cruelmente castigadas y sus carnes desgarradas en pedazos. Son aquellas jóvenes que no supieron conservar su virginidad hasta el momento de ser otorgadas en matrimonio". Homero escribió con pesimismo una espantosa oscuridad a la que todos o casi todos los muertos debían ir. Era la morada del Hades, el dios de la muerte, que gobernaba, tal como se describe en La Ilíada, "odiosas estancias de podredumbre que llenan de horror a los propios dioses". Los griegos sentían tal horror de la muerte que incluso procuraban no nombrarla.
La Estigia, una laguna o río de la Arcadía, se convirtió en el río principal de ultratumba. Los muertos la cruzaban en la harca de Caronte, que cobraba por el pasaje una moneda, depositada por los parientes en la boca o en la mano del difunto. La descripción del Islam no es menos tenebrosa: el Infierno estaba "cubierto de fuego, barrido por vientos pestilentes e inundado de agua hirviendo".
En la actualidad las descripciones clásicas del infierno y del cielo siguen cayendo en el tópico de siempre y prácticamente todo el mundo interpreta el conocido convencionalismo de niños alados, arpas y aureolas, etc... para el Cielo, así como la imagen de un infierno subterráneo y ardiente.
La creencia en la vida del más allá, pues, es un hecho universal, aunque nadie, evidentemente, conoce con exactitud lo que ello comporta. Así, con frecuencia, lo que el hombre imagina más allá del sepulcro está simplemente relacionado con sus deseos terrenales. Los pueblos del desierto esperan deliciosas fuentes; los guerreros vikingos, deseaban la compañía de sus héroes, etcétera.
La palabra 'paraíso' es de origen persa, pasando después a los griegos. Literalmente significa “tierra de los bienaventurados”. Designaba los jardines de palacio de los reyes persas, encerrados tras muros, y fue usada más tarde para aludir al Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Finalmente, los escritores del Nuevo Testamento lo aplicaron al Cielo, morada eterna de los cristianos bienaventurados. En casi todas las religiones y mitologías se halla situado en algún lugar del firmamento. Así, la religión védica del Indostán lo entendía como un reino de luz situado en los confines del cielo. Este Paraíso ofrecía la plena satisfacción de los deleites terrenos, “con música, cumplimiento de los deseos sexuales y ausencia de dolores y preocupaciones”.
El hinduismo tiene también su Paraíso por encima de las nubes, mientras el budismo muestra en el suyo diversos grados y lo sitúa en un cielo vago y no astronómico, más allá de la atmósfera. El cristianismo se inspiró abundantemente en las religiones hebrea y griega. Del judaísmo procede esa región del cielo donde habitan Dios y sus ángeles. Del helenismo tomó la idea del viaje espiritual. La idea de los siete cielos -siendo el séptimo y último la máxima felicidad- también es griega. El Elíseo era la morada de los bienaventurados en la mitología de los griegos. De ahí proceden los Campos Elíseos de los poetas que Homero coloca en el “confín del mundo”. Otros griegos eran más precisos y los situaban hacia el Atlántico, en una “fértil tierra que tres veces al año producía frutos dulces como la miel”.
La imagen escandinava del Valhalla, versión vikinga del Cielo, era menos placentera y así lo expresa Wagner en sus grandiosas óperas. En la mitología nórdica, el Valhalla era la mansión de los muertos. Se decía que el imponente palacio de Asgard tenía 450 puertas, tan enormes que podían entrar por cada una un frente de ochocientos guerreros muertos en combate. En su interior el dios Odín celebraba festines con los héroes que las Valkirias, sus servidoras, conducían al Valhalla. Estas cabalgaban radiantes en medio de las batallas y seleccionaban entre los muertos aquellos guerreros dignos de cenar con Odín. Pero la paz de los valientes era exigua, pues cuando los muertos llegaban al Valhalla debían reanudar diariamente la lucha. Cuantos caían en la lid eran resucitados para el banquete de la noche, con el dios de las batallas.
Miles de años antes de Cristo, la antigua filosofía china desarrolló una armoniosa concepción del orden natural. Existían muchos cielos diferentes a donde se dirigían los muertos para gozar en amable compañía. Los más importantes eran las Islas de los Bienaventurados, en los mares orientales, y el Paraíso de Occidente, situado donde se alzan las montañas del Turquestán. El universo se componía de dos elementos relativos, el Yang y el Yin. El Yang era lo positivo o masculino, y estaba representado por el calor, la actividad, la dureza, la claridad, la creación y la estabilidad. El Yin era lo negativo o femenino, y estaba representado por la humedad, el frío, lo pasivo, lo blando, lo misterioso, lo confuso y lo variable. La eterna cópula de ambos principios dio origen al Cielo y a la Tierra; en aquel predominaba Yang y en esta Yin. Mientras el dualismo de las demás filosofías -lo bueno y lo malo- se halla en eterno conflicto, el Yang y el Yin están invariablemente de acuerdo.
El taoísmo constituye el fundamento de la filosofía china. Es una "senda" o un "camino" y en la comprensión del Tao está el auténtico sentido de la vida. La unidad del Cielo y de la Tierra solamente es posible cuando el Tao sigue su curso natural. En un principio el taoísmo parecía pulsar resortes ocultos y mágicos y transportaba a las mentes a una tierra de ensueño.
La más joven de las grandes religiones, es también la más sencilla: adora al único y supremo Dios, y le invoca con el nombre de Alá. La palabra 'islam' significa "sumisión" a la voluntad de Dios. La palabra 'muslim' o musulmán significa "el que se somete". La religión islámica afirma que Dios es Alá y Mahoma el profeta por quien Alá se ha comunicado. Mahoma redactó los primeros capítulos del Corán, la "Biblia islámica", aunque no se sabe si el libro quedó terminado en vida del profeta. El Corán describe con vivos colores las delicias del Cielo. Ofrece jardines, fuentes, vino y hermosas vírgenes. Aquellos que son admitidos en él pueden beber el vino que les estuvo prohibido en la Tierra y mofarse incluso de los sufrimientos de los no creyentes.
Los budistas se apartan de la general creencia en el Paraíso. Ellos, y todos los seres vivos, están sujetos a innumerables ciclos de nacimiento, muerte y resurrección. El budismo, religión de los discípulos de Gautama Buddha, se esparció por el norte de la India en el siglo VI a. de J. C. y pretende enseñar al hombre la forma de librarse del sufrimiento de la vida. Solamente cuando el hombre se sobrepone a las ansias y deseos materiales puede alcanzar el Nirvana, estado en que se alcanza la paz absoluta. Sin embargo, en la China primitiva, en el Japón y en el Tíbet, existía una rama del budismo que creía en el "Gran Paraíso Occidental". Un antiguo texto que ha llegado hasta nosotros lo describe como "un lugar inundado de luz y brillantes joyas de valor incalculable... Buda se sienta en su trono de flor de loto, como sobre una montaña de oro, en medio de todas las excelencias y rodeado de sus santos".
El Infierno responde a diversas concepciones según las culturas, pero el judaísmo y el cristianismo lo presentan como terrible medio disuasorio para el pecador impenitente. Supone la amenaza de condena eterna, especialmente entre llamas, y se han descrito con viveza sus castigos como medio saludable contra la inmoralidad, el crimen y en definitiva para la salvación del cristiano. Los primeros cristianos aceptaron desde el principio la realidad del Infierno y en especial la existencia del tormento del fuego. Ello explica la difusión de las enseñanzas. El Apocalipsis de Pedro en el siglo II, que dice así: "Algunos condenados estaban colgados de la lengua: eran aquellos que habían blasfemado contra la justicia, y tenían bajo sus pies un fuego cuyas llamas les atormentaban... Y en otro lugar había piedras más afiladas que espadas, calentadas como ascuas de fuego, sobre las que hombres y mujeres cubiertos de harapos eran arrastrados con gran tormento... Junto a ellos había unas muchachas sin más vestido que las sombras, las cuales eran cruelmente castigadas y sus carnes desgarradas en pedazos. Son aquellas jóvenes que no supieron conservar su virginidad hasta el momento de ser otorgadas en matrimonio". Homero escribió con pesimismo una espantosa oscuridad a la que todos o casi todos los muertos debían ir. Era la morada del Hades, el dios de la muerte, que gobernaba, tal como se describe en La Ilíada, "odiosas estancias de podredumbre que llenan de horror a los propios dioses". Los griegos sentían tal horror de la muerte que incluso procuraban no nombrarla.
La Estigia, una laguna o río de la Arcadía, se convirtió en el río principal de ultratumba. Los muertos la cruzaban en la harca de Caronte, que cobraba por el pasaje una moneda, depositada por los parientes en la boca o en la mano del difunto. La descripción del Islam no es menos tenebrosa: el Infierno estaba "cubierto de fuego, barrido por vientos pestilentes e inundado de agua hirviendo".
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